Ha de repetirse el eco de nuestros pasos en cada escalón y en cada uno de los muros, lo mismo nuestras sombras; ampliadas quizás por el temor que sientes de estar envuelta en este manto de noche; conmigo. Sin embargo no debieras temer, en muchas cosas somos iguales.
También yo te temo. También yo te sueño.
A mi también me gusta la nieve, me trae recuerdos.
Dicen que nieva porque alguien te quiere; es agradable pensar en ello. Suponer que alguien habrá de extrañarte apenas te llenes de ese aroma que deja la muerte; impregnando de él toda tu alcoba, tu cama, tu miedo; tu camisón.
Lo siento. No era mi intención asustarte. Se trataba sólo de hacer conversación, de mostrarte que no somos tan distintos; que respiramos el mismo aire que mueve las cortinas, que nuestra sangre es vino lo mismo que la del creador; que ambos aborrecemos la luz porque esta sólo nos muestra los defectos de la gente a la que queremos.
¿Opinas distinto?, anda, dilo; piensas que soy un monstruo porque me sientes detrás tuyo sin ver mi reflejo, porque volteas y ya no me encuentras; porque mi sombra se escabulle entre tus pensamientos. No temas; tus axiomas están salvos conmigo.
Está bien que no creas en mí, en cierta forma te lo agradezco.
No, no falta usar antifaces aquí. Tampoco sirve de nada creer en mitos.
De nada puede servirte una cruz si no crees en ella.
Créeme, yo tengo una que nunca hace caso; no, no es que sea muy devoto, o quizás sí; le tengo devoción a tus ojos. No los cierres, no te escondas en un suspiro. Deja calmar el temblor de tus labios; eso, quita los dedos y déjalos hacer lo que saben; entrégate toda.
No tengas reservas de lo que eres y lo que soy, eso ya no importa.
Anda; ven, acuéstate. Puedes prescindir de las sábanas y los edredones; no harán falta. El frío lo podrás controlar con el pensamiento; también al viento, a los lobos, a las ratas. Oh, olvidé tu aversión por los roedores. No importa, habrás de ver lo buenos que son como sirvientes, la lealtad que te tienen mientras duermes, lo cariñosos que son.
Eso, deja a los dedos sentir los trazos que hay en la tela. Siente la piel que se dilata en tu pecho, el rostro que sonrojas, el latir de tu corazón. Tienes que recordar que la sangre es vida y la vida lo es todo. Eso, aférrate a ella. Respira.
Drena tu pasión por heridas gemelas.
Abrázame.
Créeme que nada he visto más hermoso que tu rostro, que nada es más grato que esa expresión de labios entreabiertos. Me dejarás robarte un beso; recorrer de una caricia tu cuerpo, enredarme en tus piernas. Sentir como correspondes a mi cariño. Te quiero.
Por supuesto sabes lo que eso significa.
Sin embargo has arrancado la cruz de tu cuello, has cambiado.
Te paseas de noche por el castillo mirando a ningún lado, duermes de día; a tu nana la has obligado a tener las cortinas cerradas, a vestirte de negro. «Ave María, mi niña», la señal de la cruz en su pecho, «pasó el muerto».
Sonríes.
Pero tu sonrisa ya no es inmaculada; tampoco tu rostro, tampoco tus piernas, tampoco tu sangre. Has estado bebiendo del láudano. Has estado jodiendo con los gitanos. ¿Qué te pasó?, ¿Por qué no eres más ese ángel que eras?, ¿Qué te hice por dios?, por el mismo dios que nos ha condenado, maldita sea mi sangre y maldita mi especie.
Ríes. Risa de puta.
Abres las piernas para ofrecerme consuelo.
Pero qué consuelo puedes darme.
—¿Ya no me quieres?
Los colmillos azuzados más allá de los labios.
Los párpados exangües de desvelo.
—No, ya no te quiero.
—Pues entonces mátame.
—No puedo, eres inmortal… eres hija mía y de la noche.
—Soy la puta del diablo.
—Eres lo que quieres ser.
—Te odio.
—Y yo te amo.
Luego son tablas. Ni tu ni yo.
Ninguno de los dos habrá de sobrevivir al otro.
—Me gustabas más antes, antes de esta hambre y de la lujuria. Cuando sólo venías en sueños y no te atrevías a hacerme el amor, cuando te temblaban los dedos antes de acariciarme. ¡Demonio!, ¡Nosferatu!
—Eso soy.
José Luis Ramírez
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